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Por Elizabeth Paredes

Abres los ojos, respiras, y piensas: así pasan los días. Lunes, viernes o domingo, ¡qué importa! La rutina será la misma.

Te levantas y diriges a encerrarte en el único espacio privado de tu vivienda europea de 23m2: un pequeño baño.

Oh sí, así pasan los días — esta vez lo dices en voz alta.

Una vez más tendrás que quedarte en casa porque el mundo está cerrado. Podrás salir a respirar aire con una caminata de 30 minutos o con suerte, si tu despensa lo solicita, podrás hacer el supermercado con temor a la gente que no sigue las instrucciones sanitarias y entonces, ahora sí, contagiarte.

Así pasan los días. Durante toda la tarde no verás a nadie más que a tu pareja trabajar en la misma mesa en la que comen mientras tú, sin otra alternativa, te adueñarás del sillón frente a la T.V. para intentar estudiar y tomar videollamadas de un trabajo que parece esfumarse junto con los cientos de empresas que cerrarán y se endeudarán tras esta crisis. — La crisis — suspiras —, la crisis es crecimiento y oportunidad, tienes que sacar provecho de esto — Y con esa frase intentas mantener en tu rostro la sonrisa ante la ansiedad causada por la incertidumbre de cómo pasan los días.

Sales del baño y tras un paso estás ya en tu cocina. Te llena de alegría ver por la pequeña ventana un sol reluciente y con él, tus orquídeas florecer ¡Al fin, la primavera ha llegado!

Abres la ventana, sientes el aire más puro que nunca y ves a la paloma del edificio de enfrente que por días ha protegido a sus huevos, pero ¡oh no, sigue hambrienta! Ya no hay humanos que la llenen de comida. Entonces recuerdas, ¿para qué un cielo tan hermoso si no puedo salir porque pues, así pasan los días?

Un sube y baja de emociones, emociones que a kilómetros de tu país se intensifican por el miedo a no saber cuándo terminará esto.

No lo niegas, te anima la empatía. Hoy compartes con todos cómo la convivencia social se resume en una pantalla, hoy todos comprenden la dulzura de un beso al saludar, extrañan igual que tú la sobremesa en familia y las risas de un domingo en la tarde frente al televisor. Hoy muchos, igual que tú, saben lo que es ir a dormir diciendo “te amo papá” con la única esperanza de pronto volver a abrazarse.

Y así, pasan los días. Agradeces no tener ningún síntoma, aunque antes de que todo explotara tú te viajabas y paseabas por los grandes monumentos de la ciudad, mientras ignorabas la noticia de ese virus que “era cosa de chinos”. Agradeces tener un techo, el mismo que llegadas las 7pm ya te desesperó, das gracias por tener comida en el refri, el mismo que has intentado evitar visitar cada hora sin ningún resultado y aprecias ver, sentir y escuchar, pero cuestionas ¿por qué ahora? ¿por qué así?

Así pasan los días. Mientras escuchas historias de terror de más contagios y muertes, de hospitales colapsados sin equipo médico, de los hijos que no pudieron despedir a sus padres. Y escuchas historias de amor, gestos de solidaridad, de cantos en los balcones, de aplausos a los médicos, de menos contaminación y de apoyo a los más vulnerables.

Te reincorporas. Vuelves a agradecer tu presente, pero vuelves a temer tu futuro. Agradeces que todo está bien en donde te encuentras, pero temes lo que se aproxima al lugar donde vive tu corazón, en tu país donde todo apenas comienza y donde están los que más extrañas, los que más amas. Y así pasan los días.

Te vas a dormir pensando en ellos, los sueñas, los abrazas, agradeces saberlos bien y luego despiertas para darte cuenta que, te guste o no, así pasan los días.