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Por Beatriz Hernández Romano

Con motivo del Día de Muertos es imposible, o bien, sería descortés no hablar de quien podría presumir ser la dama más reconocida de todos los tiempos. Con las pruebas históricas que los arqueólogos han desentrañado de los confines de la tierra a lo largo de los años, no nos puede quedar duda de la importancia que diversas civilizaciones le han dado a la figura de la muerte.

Representada de muchas maneras, ha sido la imagen de cuencas vacías, dientes y huesos la que más ha despertado fascinación, miedo y un enorme misterio. Pero, quizás nunca se había logrado ver tan glamourosa hasta que la pluma del caricaturista mexicano, José Guadalupe Posada, la vistiera de elegancia.

Eso debería hacernos suponer que Posada, quien muriera pobre como vivió, fue muy bien recibido y finamente tratado por esta elegante Señora; agradecida y vanidosa de la prestigiosa fama que él le dejara. En fin, eso no lo podemos saber; no ahora… y quizás tampoco queremos hacerlo.

Sin embargo, la intención principal del caricaturista nunca fue vanagloriarla, sino denunciar las injusticias que el México revolucionario estaba cansado de ver. Sí, pese a que sigue conservando su blanca lozanía, La Catrina mexicana tiene más de 100 años de historia.

Pero debemos recordar que no siempre se le llamó así; su creador, el ya mencionado Guadalupe Posada, la bautizó primeramente como Calavera Garbancera. Él, como grabador, caricaturista e ilustrador colaboraba en periódicos como: El Padre Cobos, El Ahuizote, La Patria Ilustrada y la Revista de México. Era la época de los llamados periódicos de combate que redactaban con mofa la situación desigual de la sociedad, ilustrándolos con dibujos de la misma índole.

Posada no paró en hacer crítica de todo ello y eso lo hizo darse a notar, sobre todo, por sus constantes calacas y calaveras de distintas clases sociales que acompañaban las historias de la época: Damas de sociedad, obreros, políticos, borrachos, corridos, peladitos, toreros, etcétera. Sus calaveras garbanceras representaban al pueblo que pretendía imitar o aspiraba tener los privilegios de la burguesía europea, su estirada apariencia y el despilfarro de un alto costo de vida, olvidando sus orígenes.

Pese a su objetivo irónico, Posada demostró real aprecio por la calaca; al inmortalizarla en sus ilustraciones tan sólo pretendía recordarle a su gente la igualdad que todos compartimos:

“La muerte es democrática”, escribió, “ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”.

(¿Alguien que lo contradiga?)

Posteriormente, el pintor Diego Rivera quitaría el desagravio de un nombre tan poco favorecedor al bautizarla, al fin, tal como hoy la conocemos: La Catrina.

Su mural, “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, inmortalizó y estilizó la creación de Posada. Ella, mezclada entre todo un pueblo mexicano y siendo parte de los personajes centrales de esta obra, pareciera haber profetizado la relevancia que este ícono tendría en nuestro país o, tal vez, Rivera sólo la rescató de las manos españolas que la habían arrebatado del México prehispánico donde siempre tuvo un lugar. Es posible, o quizás no.

Lo cierto es que Rivera un buen día la invitó a ese colorido paseo dominical y desde entonces, la Catrina, como a muchos suele pasarles… adoró ser mexicana.

Por Beatriz Hernández Romano

 

 

 

 

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