Por María del Carmen Joaquín Hernández*
¿Se han dado cuenta de que las mejores cosas de la vida suelen empezar con un «sí»?
«Sí quiero estudiar, sí quiero ayudarte, sí quiero intentar hacer aquello que me asusta, sí te amo, sí quiero ser tu pareja, sí quiero ser independiente, sí quiero emprender, sí quiero comenzar a hacer deporte, sí quiero tener pareja, sí quiero viajar, sí quiero ser yo mismo, sí quiero tener un hijo, sí quiero tener un mejor país, sí quiero ser feliz, sí quiero vivir en paz, sí quiero ser responsable, sí quiero ser un mejor ser humano, sí». Sí y siempre sí.
El «sí» siempre nos ha llevado más lejos que el «no», eso es un hecho.
Por supuesto que el «sí» también nos ha hecho equivocarnos, pero sólo si sabemos aprender de nuestros fallos, podremos volver a decir «sí» con muchas mayores probabilidades de no errar de nuevo.
El «sí» nos permite pensar en ir hacia adelante, en avanzar, en superar los obstáculos y nos evita el quedarnos atorados en el mismo espacio, haciendo las mismas cosas, y esperando en el mismo lugar de la misma fila, ésa fila que nunca nos llevará a ninguna parte.
Hace un par de años México dijo «sí» al cambio, al cambio radical, porque el hartazgo ya había alcanzado el punto más alto de la conciencia colectiva.
¿Hubo un cambio radical? A mi parecer sí ¿Fue el cambio que esperábamos? A mi parecer no.
No se acabó con la corrupción, no tenemos un país más seguro, no hay menos muertos, no hay más respeto, oportunidades y justicia por y para las mujeres (ya ni hablemos siquiera de que puedan decidir sobre su cuerpo). No hay un mejor sistema educativo, no hay un mejor sistema de salud (vaya ni siquiera hay medicinas), no hay Estado de Derecho, no hay un plan para tener energías limpias y renovables, no hay un crecimiento económico, no hay más y mejores empleos, no hay respeto por las garantías individuales, etc.
Pero sobre todo y peor que cualquiera de los «no» antes mencionados, ¡No hay voluntad de escuchar y mucho menos de entender!
Ese es el peor de los «no», porque nos llena de incertidumbre, de pesadumbre, de tristeza, de soledad, de impotencia y de frustración. ¿Qué hace uno entonces cuando después de confiar y decir «sí», no hace más que recibir «no» como única respuesta? Simple, volver a decir que sí.
Sí a ser mexicanas y mexicanos orgullosos y responsables de defender esa democracia que tantas décadas y esfuerzo costó construir y que hoy se encuentra muy frágil, y más frágil aún sin nuestra participación activa.
Porque diciendo «sí» por México será la única manera poder avanzar hasta lograr el cambio que queremos. Como diría Melendi, uno de mis cantautores favoritos:
«Qué linda maestra es la vida, que te repite el examen hasta que por fin lo apruebas. Yo seré un alumno más eternamente».
Hoy toca decir sí por México.
